Es obvio que la obesidad infantil es un problema que va en aumento
Sin embargo, en comparación con la obesidad del adulto, es un problema relativamente nuevo. Así, la obesidad infantil ha aumentado un 300% desde 1960,
la mayoría de este aumento se produjo en la década de los 90 (Journal of
Adolescent Health -Lee et al, 2011).
Este aumento se produjo después del aumento de la obesidad del adulto, que se
inicio en la década de los 80. ¿Por qué este tiempo de retraso? Posiblemente
puede haber sido causado por el aumento de cualquier predisposición genética a
la obesidad durante el desarrollo prenatal en el vientre materno. Esto
significa que hay madres con obesidad cuyos cambios hormonales y hábitos
dietéticos alteraron el desarrollo fetal de sus hijos, aumentando así la
probabilidad de obesidad del niño después del parto.
Esta posibilidad cobra sentido en base a los resultados de otro reciente
artículo (Donahue et al, 2011) en el que se demuestra que bajos niveles de
ácidos grasos omega-3 en la madre aumentan la probabilidad de que el niño sea
obeso a los 3 años. En este estudio, los investigadores encontraron que a los 3
años el 10% de los niños ya eran obesos. Lo que también se analizó, aunque
prácticamente todas las mujeres consumían niveles muy bajos de ácidos grasos
omega-3 durante el embarazo, fue cómo niveles elevados de ácidos grasos omega-3
en la dieta de la madre, en sangre, y especialmente en sangre procedente del
cordón umbilical da lugar a niveles bajos de obesidad infantil en niños de tres
años.
Por supuesto, niveles bajos de ácidos grasos omega-3 por lo general indican
niveles altos de ácidos grasos omega-6, aumentando el riesgo de un
desequilibrio entre los ácidos grasos omega-3 y omega-6. Esto explica por qué
el aumento de la obesidad infantil se relaciona con un aumento en la proporción
de ácido araquidónico respecto a EPA y DHA en sangre de la madre y del cordón
umbilical. Esto cobra un gran sentido ya que se sabe por los resultados
obtenidos en estudios con animales que cuanto mayor es la proporción de omega-6
respecto a omega-3 en la dieta de la madre, mayor es la obesidad en los hijos.
Por tanto, si queremos comenzar a reducir la obesidad infantil, probablemente
la mejor manera de hacerlo es en el útero de la madre, con una nutrición
prenatal adecuada, que proporcione niveles óptimos de ácidos grasos omega-3.
Esto evitaría que el desarrollo fetal del niño de lugar a una rápida
acumulación de grasa corporal en exceso tras el nacimiento. Esto tiene mucho
más sentido que decirle a los niños obesos que coman menos y hagan más
ejercicio después de que su expresión genética ha sido previamente alterada en
el útero. Y si esto tiene sentido, entonces parece que alimentar a los niños
con más ácidos grasos omega-3 y menos omega-6 después del nacimiento podría minimizar
la activación de los genes que les predisponen a engordar y así evitarlo.
Javier Herranz
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